El amontillado es un vino muy singular, ya que combinada la crianza bajo velo de flor, propia del fino, con un período posterior en el que el velo de flor desaparece y el vino se expone a la oxidación.
Su sabor es muy consistente, cálido y amplio, con notas ácidas y salinas.
Se puede acompañar con una amplia gama de platos, bien por contraste o bien por realce.
Hace buenas migas con el jamón curado, quesos azules y embutidos artesanos con sabores intensos.
Para José Ignacio Santiago, “puede ser el acompañante perfecto para carnes de caza menor, la perdiz escabechada, y el esturión”.
Almudena Villegas apuesta por combinarlo con carnes contundentes, como las carnes de caza, ya sea venado o jabalí, y con el cerdo ibérico.
Recomienda utilizar este vino en la elaboración de salsas y reducciones y, al mismo tiempo, degustarlos junto con un amontillado: “El resultado es una combinación muy redonda, muy armónica”.
Debido a su acidez, las alcachofas a la montillana son un maridaje excelente que se complementa a la perfección con este vino.
Igualmente, resulta “muy agradable la combinación con rissoto, setas y ahumados”.
Por su complejidad, el amontillado conjuga muy bien con pescados azules y ahumados, consomés y caldos o cocinas tan exóticas como la tailandesa o la hindú.
Si nos decantamos por los contrastes, Santiago nos anima a probarlo con un timbal de foie, o bien con un queso de cabra y mermelada: “El resultado es sorprendente, ya que se consigue una suma inigualable de aromas por vía retronasal”.
Además, el amontillado se puede consumir solo a media tarde o media mañana.
“Es un vino filosófico, de pequeños sorbos y tertulia larga.
En definitiva, un vino para disfrutar de él”.
Por su parte, Almudena Villegas rompe una lanza a favor del amontillado en unión de los postres, “especialmente de los postres con chocolate o con cremas tostadas”, pues “realza especialmente su sabor”.