El jamón curado, especialmente el jamón serrano, forma parte de la historia de España y es uno de los elementos esenciales de su contexto cultural. Remontándonos a los antiguos celtas, el cerdo era un producto básico en su alimentación, llegando incluso a considerarse un objeto de culto. Posteriormente, los romanos, respetuosos de las culturas y tradiciones presentes en los territorios que incorporaban a su Imperio, quedaron prendados de los manjares íberos, se imbuyeron del ajuar culinario de la península y enriquecieron su valija cultural con la simbología e historia porcina. La importancia del comercio del jamón curado en la época romana fue tal que en la época de Augusto y Agripa se crearon monedas romanas con la forma de una punta de jamón. Durante la Edad Media y la Edad Moderna se siguió consumiendo cerdo en abundancia, en forma de carne o de embutidos, debido a la facilidad de su cría, al carácter omnívoro de su alimentación y a la rapidez de su reproducción. El jamón serrano alcanza su esplendor en el siglo XIX y la primera mitad del XX, gracias al desarrollo de la técnica de la preparación de productos cárnicos, todo ello impulsado con la industrialización y la liberalización del comercio europeo. El arte de curación del jamón serrano es una herencia gastronómica que ha sobrevivido a través de los siglos, y que hoy en día se mantiene vivo en sus procesos de elaboración. En el siglo I a.C., el historiador griego Estrabón aludió en su obra “Geographika” (libro III), al jamón de la tierra Iberia. Las etapas posteriores de la historia española continuaron ensalzando el jamón serrano a través del arte y el respeto a la tradición en su elaboración.