La lengua es también, a su manera, un árbol, nos resguarda, crece con nosotros, florece, tiene sus ciclos. Sus raíces, largas y entrelazadas, guardan toda la herencia de las voces que la habitaron y la siguen habitando. En un vistazo rápido al 'Diccionario de la lengua española' encontramos pronto numerosas palabras que nos suenan a la herencia árabe que recorre el mapa peninsular. Algunas ya las sabemos; otras, por mera intuición, como si un susurro de nuestros antepasados, se nos presentan como parte de esa larga estela de una cultura que, pese a los siglos, se mantiene en el habla reciente en España, en costumbres de todo tipo y, en definitiva, en el día a día de nuestras vidas. Durante ocho siglos, el territorio peninsular fue mayormente árabe. Si bien es en Andalucía donde mejor se conservan los restos de aquellos califatos, en cuanto abrimos la boca todos manifestamos esa parte de la Historia que determinó nuestra existencia actual: almohada, alcachofa, aljibe, alfombra, alacena… La mayoría de las palabras que comienzan con al- son lo que conocemos como 'arabismo' y las usamos, las usamos todo el tiempo, pero hay muchas más. Un arabismo es cualquier palabra que ha llegado a una lengua determinada procedente directamente del árabe, aunque en su origen no sea una palabra del mismo idioma. La relación lingüística entre el árabe y el español es por dos razones principales: por un lado, el contacto de las lenguas, y por otro la influencia cultural. La entrada de los árabes a España forma parte de la expansión musulmana por el Norte de África. Cuando conquistaron la mayor parte de los territorios, también impusieron el árabe como lengua oficial. La cultura árabe se fue introduciendo poco a poco, a lo largo de aproximadamente dos siglos en un proceso donde el punto de vista político y religioso son la clave. La aparición de Al-Ándalus representó una nueva realidad social: la práctica del bilingüismo en la vida cotidiana. El hecho de que la población hispanorromana y los árabes se comunicasen usando, de forma alternativa, ya fuera el árabe clásico y el romance, ya fuera el árabe vulgar y el romance o el latín, estableció un vínculo profundo, que no es de extrañar que haya continuado en el tiempo.